20160531

JÚPITER Y LAS CLAVES DE SENTIDO METAFÍSICO DEL HECHO ASTROLÓGICO, por Sergio Trallero Moreno


Foto del creciente lunar sobre el horizonte y símbolo de Júpiter: medialuna creciente del alma sobre la cruz de la materia.
El Estaño nos habla de la fase de la Obra en la que el blanqueo está operando con mayor intensidad, hasta que el Alma, purificada, emerja preparada para ser fecundada por la tintura del Azufre y se adentre así en la fase de enrojecimiento áureo.


* Presentado en el XXXI Congreso Ibérico Internacional de Astrología 2014, celebrado en Palma de Mallorca; y publicado en el nº 34 de la revista astrológica SPICA.

Se toma aquí a Júpiter como hilo introductorio del discurso por ser el significador arquetípico de la visión panorámica y omniabarcante, de la búsqueda de sentido espiritual y del conocimiento superior de los principios universales que rigen los distintos grados de la existencia. 

Todo ello puede expresarse a través de códigos simbólicos varios, culturales, filosóficos, religiosos (regencia de SAGITARIO), o a través de diversas sutilezas evocadoras de lo trascendente como en las formas espirituales (regencia de PISCIS).

Por ello lo que pretendo es mostrar ciertas claves comúnmente ignoradas que abran los planteamientos astrológicos hacia un sentido metafísico revelador, hacia la Fuente original fundamento de este Cosmos y Manifestación cuyas leyes cíclicas describe la astrología, en pro de lo que podría llamarse una Onto-Cosmología (“ciencia del Ser cósmico”).

A su vez, se habla de “hecho astrológico” no únicamente en sentido empírico sino en tanto constatación netamente intuitiva y por tanto supra-racional que une:

- el polo objetivo (posiciones planetarias incuestionables y relaciones geométricas varias) y

- el polo subjetivo (vivencia psíquica, reconocimiento interno de la correlación) de una misma Realidad. 




BREVE ILUSTRACIÓN DEL FACTOR SOL-JÚPITER ASOCIADO A LOS FILÓSOFOS

Siguiendo de forma introductoria y para ilustrar gráficamente el tema abordado a título anecdótico y circunstancial, recalco seguidamente una posible constatación factual de la clásica relación simbólica entre Júpiter y la Filosofía propiamente dicha. A ello llegué, sin criterio predeterminado, tras comparar y buscar algún elemento común entre las cartas natales de los principales filósofos modernos (por el hecho de tener fechas más certeras, a diferencia de los medievales o antiguos).  
La cuestión es que, al margen de otros posibles marcadores, en seguida ví claro que la inmensa mayoría presentaban aspectos mayores, es decir los 7 tradicionales o zodiacales (conjunción, semisextil, sextil, cuadratura, trígono, inconjunto, oposición), entre el Sol y Júpiter. De hecho, se trata de los filósofos más importantes y reconocidos por su labor personal intelectual y que sintieron la búsqueda filosófica como propósito vital en su consciencia, todo ello acorde a esta combinación. 
Por cuestiones de extensión reseño sucintamente a 4 de los más significativos de una muestra de 22 verificados de primer orden que aparecen en cualquier manual de Filosofía Moderna: Descartes, Spinoza, Leibniz, Locke, Berkeley, Hume, Rousseau, Voltaire, Kant, Fichte, Hegel, Schelling, Marx, Schopenhauer, Nietzsche, Bergson, Husserl, Heidegger, Russell, Wittgenstein, Popper, Foucault. En todos ellos la relación angular Sol-Júpiter (o Mercurio-Júpiter en algunos) es muy clara.* 


Conjunción:  Descartes   


Precisamente el iniciador que pone la semilla (conjunción) del pensamiento moderno: muy marcado por su gran stellium en Aries en casa III. Inaugura la forma de filosofar autónoma, individualista y centrada en el sujeto conocedor, todo ello claramente ariano. Marte, dispositor de dicho stellium, en Géminis ya indica la desembocadura de su pensamiento tras la “duda metódica”: un claro dualismo entre la substancia pensante y la extensa. 


Cuadratura:  Kant  


Aquí la autoexigencia es máxima, llegando a elaborar sesudos tratados en toda una prioritaria tarea vital. Grandes esfuerzos por integrar anteriores corrientes de pensamiento contrapuestas. El Sol en Tauro enfatiza su empirismo fundante, la necesidad de lo sensorio-fenoménico para todo conocimiento, y el Júpiter en Acuario la búsqueda de una “ética universal autónoma” como ideal liberador para la humanidad.  


Trígono: Marx


No hay necesidad de grandes elucubraciones abstractas y predomina en cambio un claro realismo y pragmatismo, pues es un trígono de tierra. En este caso el signo de Tauro cargado da prioridad a lo económico, a las necesidades y recursos materiales, y el Júpiter en Capricornio indica que la filosofía es más bien política, centrada en la esfera pública del poder socio-económico, y sobre todo en las ideologías derivadas de toda superestructura. 


Quincuncio: Nietzsche



Un filósofo incómodo, de la sospecha, con un pensamiento muy penetrante y autosuperador, aunque envenenado y destructivo tal vez, con ese quincuncio menguante de naturaleza escorpiana. El Sol en Libra indica su tendencia claramente estética, hacia la música y el fenómeno artístico; mientras que el Júpiter en Piscis su peculiar misticismo a través de nociones difusas como su “eterno retorno de lo idéntico”. 


RECIENTES ACERCAMIENTOS POR PARTE DE ASTRÓLOGOS-FILÓSOFOS: GUINARD Y TARNAS

Entre los últimos y más importantes acercamientos al “hecho astrológico” por parte de filósofos profesionales nos encontramos con Patrice Guinard y Richard Tarnas. Sus aportes son ya conocidos por todo astrólogo serio pero considero oportuno realizar una breve mención de ellos para dejar constancia de cara a todo crítico que pueda reprochar la falta de estudios rigurosos y académicos a nuestra disciplina. 
El primero presentó en la Sorbona en 1993 su tesis de doctorado L’astrologie: Fondements, Logique et Perspective, en un intento de defensa académica de la astrología desde una dialéctica crítica con las corrientes filosóficas modernas. Funda en 1999 el Centre Universitaire de Recherche en Astrologie (CURA) dedicado a la investigación histórica, epistemológica y textual de la astrología.
Atribuye la noción de “impresional” a la marca psíquica de la incidencia astral operada en la conciencia, previa a toda teorización y diferenciación. Desde un ángulo de epistemología estructuralista llega a la conclusión de que existe una “matriz astral universal”, en el sustrato de toda forma cultural de astrología y de toda su simbólica. 
Mientras que Richard Tarnas publicó en 2006 su reconocido libro Cosmos and Psyque, en el que a partir de un planteamiento jungiano más filosófico que psicológico analiza diversidad de correspondencias astrológicas dentro de la cultura occidental así como los cambios de ciertos paradigmas culturales a la luz de las últimos ciclos de los planetas más lentos, siempre desde un discurso rico y didáctico. Ya en su anterior obra La pasión de la mente occidental realizó una historia crítica sobre los principios filosófico-culturales que sustentan la cosmovisión occidental moderna y que acabaron por negar la dimensión de sentido del anima mundi, de la que emana la astrología. 
Simplemente enfatizar la importancia de sendos autores para todo astrólogo (y no astrólogo) en pos del estudio y acercamiento intelectual que contribuya a un debate y defensa seria de la realidad astrológica, sobre todo en el ámbito puramente conceptual y filosófico.


PARÉNTESIS SOBRE LA PHILOSOPHIA PERENNIS

Pero al margen de escasas incursiones filosóficas como las citadas, sigue habiendo a mi modo de ver una deficiencia de sentido metafísico ante las trascendentales consecuencias que acarrea el “hecho astrológico”. Es por ello que resalto la importancia de posicionarnos, con altura y profundidad de miras, desde un enfoque de Philosophia perennis que preste capital atención a la esfera universal y atemporal presente en el núcleo de toda forma espiritual.
En occidente este concepto responde a hondas raíces gnósticas y neoplatónicas, y fue ya referido por Leibniz, debido a su gran erudición y conocimiento de algunas corrientes herméticas. Aunque es sobre todo desde mediados del siglo XX que se ha popularizado en el ámbito anglosajón a través de filósofos espiritualistas como Alan Watts, Aldous Huxley con su obra homónima, y más recientemente Ken Wilber. 
Pero lo que es comúnmente ignorado es que términos como philosophia perennis o “metafísica integral” no son originales de ellos sino que los han incorporado a sus particulares pensamientos, sea directa o indirectamente, explícita o implícitamente, y más o menos veladamente, procedentes de un no-filósofo un tanto incómodo para muchos: René Guénon
El que ha sido llamado último metafísico de Occidente y máximo exponente del esoterismo tradicional permanece todavía a día de hoy bajo una conspiración del silencio, sobre todo en medios académicos. Su obra es de valor incalculable para cualquiera que desee comprender el sentido del esoterismo, de la iniciación y realización espiritual, del simbolismo sagrado, de los principios metafísicos, etc. 
Otros autores contemporáneos llamados “tradicionalistas” afines a Guénon ampliaron muchas de sus aportaciones a distintos ámbitos, como F. Schuon, T. Burkhardt, J. Evola, A. Coomaraswamy, o M. Eliade; aunque no se trata de una escuela de pensamiento en el sentido moderno sino un acercamiento y rescate de claves profundas de una misma Sabiduría ancestral cuasi olvidadas por la deriva occidental materialista. 
Es pues desde este enfoque que me sitúo para abordar la astrología metafísicamente, contemplada desde encima y no desde abajo de ella, definiendo su límite superior para que su límite inferior no nos eclipse. Las implicaciones de dicho punto de vista son muy substanciosas para las Ciencias Sagradas y toda forma de Gnosis tradicional, y por consiguiente también para la Astrología (en tanto aplicación práctica de principios cósmicos universales); si bien son difíciles de digerir para la mayoría del público interesado en la astrología, más cómodo en las aguas de la psicología o la nueva era. 
Los posicionamientos para intentar dar fundamento a nuestra ciencia milenaria desde dentro de la comunidad astrológica se basan principalmente en “cientifizar” el hecho astrológico, siendo prácticamente inexistentes los intentos de darle fundamento meta-empírico y meta-psicológico. Por todo ello reivindico la necesidad del estudio y acercamiento desde una visión metafísica por parte de astrólogos afines, alejada y depurada de los ocultismos, “astrologías esotéricas” en boga o cualquier moda new age de pseudoespiritualidad, en pro de una comprensión más rigurosa y profunda. 


5) DIFERENCIA ENTRE SINCRETISMO Y SÍNTESIS: MERCURIO Y JÚPITER

Una primera aclaración, que considero crucial y fundamental para todo enfoque ulterior auténticamente metafísico, puede ser abordada a través de nociones simbólicas tratadas por la astrología misma, principalmente por la polaridad arquetípica generadora del conocimiento humano. Me refiero al eje epistemológico por excelencia, el formado por Mercurio y Júpiter, desplegado a su vez en la cruz zodiacal mutable Géminis-Sagitario-Virgo-Piscis:


Se podría reprochar que Saturno también rige el Conocimiento (regente de Capricornio y Acuario, y exaltado en Libra) y es cierto, aunque en el presente trabajo me centro en el aspecto más funcional y dinámico mediante el que opera todo conocimiento. Saturno sería una coronación y cristalización del conocimiento una vez ya extraído por la dialéctica Mercurio-Júpiter, y puesto en relación frontal con la Vida por su oposición con el Sol (que en términos ya metafísicos sería el único agente conocedor por su cualidad lumínica radiante). Saturno es así no el muro sino el “espejo” objetivador del Intelecto solar que permite que Mercurio-Júpiter lleven el acto del conocimiento. 

Como es sabido, en ocasiones también se suele asociar dicho eje a los dos hemisferios cerebrales: izquierdo mercurial y derecho jupiterino. 
Tomemos a continuación los dos planetas en cuestión pero con la importante advertencia de que, debido al tema tratado y para un mejor discernimiento, Júpiter es considerado en su expresión superior y Mercurio en su sentido común y vulgar. Téngase en cuenta pues que no se trata de una distinción categórica ni valorativa sino pedagógica, que intenta traducir conceptos filosóficos al lenguaje astrológico que más se le ajusta, aún con los malentendidos que pueda causar: 

SÍNTESIS (jupiteriano). Proceder metafísico, “deductivo”: del Todo a la parte (o mejor dicho: del Gran Todo al Pequeño Todo). Golpe de intuición nítido, claro y certero. Ejemplo radical: una vez captada la No-Dualidad esencial, ésta puede reconocerse de forma directa tanto en la Cábala, el Sufismo, el Vedanta, el Tao, el Zen, etc; sin recurrir a mezclas ni esfuerzos en busca del mejoramiento pues son visiones tradicionales completas, unitarias y sintéticas. Si se comprenden o bien se toman o bien se dejan pero el hecho de intentar “perfeccionarlas” delata una incomprensión de fondo. Por ello toda verdadera síntesis es impersonal y para nada psicológica, pues trasciende lo puramente individual. Señalar también que esta Síntesis es plenitud total de significado y sentido, en su máxima concentración seminal, y por tanto nada más alejado de una “abstracción” vacía e insípida de todo contenido material, que sí sería Júpiter en su sentido inferior. 

Un ejemplo directo para todo astrólogo es la constatación de que no ha llegado a la “certeza operativa” de este saber por una acumulación porcentual de casos concretos verificados, sino por un “clic” súbito interior ocurrido en cierto momento que capta la síntesis de determinado símbolo; cosa que le permite reconocerlo a posteriori en sus múltiples manifestaciones concretas. En este sentido, el hombre primordial no sólo estaba más conectado con la Naturaleza y el Cosmos externos como comúnmente señalan los más empiristas, sino sobre todo que sus facultades intelectivas eran más sintéticas que las del hombre contemporáneo, y de ahí la primacía de su aprehensión interior arquetípica reconocida también externamente en un segundo término. 

SINCRETISMO (mercurial). Proceder empírico, “inductivo”: de la parte al Todo (o mejor dicho: de una pequeña muestra de partes a un agregado mayor de partes). Recopilar e intentar integrar datos para alcanzar el Todo de forma secuencial y acumulativa (es decir dual). Pretender derivar así “lo más” de “lo menos” indica que no se ha captado el Todo, y se cae por tanto en sistemas incompletos que necesitan recurrir al concepto de “evolución” y “progreso” (cuando no mueren en el relativismo). Se hace necesario entonces un sincretismo personal que irá perfeccionándose: así funciona por ejemplo el “ego” del científico y del librepensador moderno, y también de autores espiritualizantes a la occidental (véase teo-sofistas y otros). La new age es su consecuencia y exacerbación máxima, ejemplificación de la función disgregadora y aglutinante de este Mercurio vulgar, en estado bruto, cuando no es fijado por un elemento sulfúreo espiritual, por decirlo en términos alquímicos. 

Pero no se trata entonces de eliminar uno de los polos para quedarnos con el otro, dado que coexisten ambos simultáneamente al ser la expresión dual del Acto mismo del conocimiento en el hombre. Lo que hay que enfatizar es la Jerarquía de toda manifestación, principio simbolizado precisamente por Júpiter, para evitar caer en los extravíos conceptuales tan comunes hoy en día que no hacen más que errar y deambular sin sentido superior (cuando el Mercurio – la mente - se cree suelto, independiente y omnipotente).  
La conclusión de todo esto es que la mente y sus sucedáneos, en su insaciable volatilidad y por su misma naturaleza, no puede autotrascenderse por sí misma. Mercurio por definición nunca puede salir de su dualidad consustancial; y ni si quiera Júpiter puede, pues para colmo ambos rigen los signos dobles o mutables, pero al menos éste último puede simbolizar las mismas facultades mentales “tomando posición” y “volcadas” hacia una realidad supra-mental y supra-racional, y de ahí la cierta síntesis de polaridad que puede realizar en sus expresiones.
En una aplicación más factual, podemos observar también la importancia tradicional dada a la casa IX, sagitariana, como indicadora de nuestra relación positiva con lo divino y el consiguiente desarrollo espiritual (también la XII pero de forma más “nefasta”). 


ALGUNAS CLAVES SINTÉTICAS: 

A continuación se presentan algunos puntos introductorios de forma sintética, es decir en el estado latente y potencial de una semilla, sin ser abiertas en sus múltiples desarrollos y aplicaciones, simplemente con la intención clarificadora de despejar el terreno de confusiones y tergiversaciones. 
Por ello no son directamente de contenido astrológico aunque, a mi modo de ver, resultan necesarias para una aproximación y enmarcación del hecho astrológico desde un punto de vista estrictamente metafísico. 

- Claves herméticas

Resulta muy enriquecedor recuperar ciertas equivalencias con otras ciencias del hermetismo occidental olvidadas por la especialización moderna de la astrología. 
La Alquimia no es más que una “astrología terrestre”, o lo que es lo mismo la realización espiritual mediante la sublimación de los “metales” (las funciones planetarias corporificadas). La Tierra, fecundada por el Cielo, coagula los principios planetarios en forma de metales. La madre naturaleza ha parido en sus entrañas estas energías etéreas siderales, y también el ser humano en su anatomía sutil. 
La astrología de por si no puede aportar un mínimo desarrollo espiritual más allá de lo teórico sin algún tipo de alquimia; sería como una cabeza sin su cuerpo. Por eso constituye su verdadera aplicación práctica terapéutica, en sentido tradicional, es decir, las implicaciones iniciáticas para que el alma no solo se quede con el mapa sino que lo recorra. Todo proceso catártico-crítico asumido en consciencia es una transmutación alquímica, y tiene sus momentos precisos marcados en el guión, como bien sabemos los astrólogos. 
Pero la cuestión es que este trabajo subterráneo de rectificación consiste en limpiar las escorias para volver nobles los metales, es decir: encender la iluminación, el Oro, en los elementos brutos iniciales hasta conseguir una palingénesis o regeneración psíquica completa. Espiritualizar la materia (primera fase, menor) para materializar el espíritu (segunda fase, mayor) a través de las operaciones pertinentes. 
Los componentes de la Obra son los ya conocidos 4 elementos materiales (o 4 cualidades naturales), que deben transformarse por la acción de los 3 elementos espirituales (la acción del Azufre que recibe el Mercurio y cristaliza en forma de Sal) a través de distintas etapas de ennegrecimiento, blanqueo, enrojecimiento en las que se agrupan los 7 metales-planetas-chakras. 
Todo ello una importante descripción del recorrido iniciático del alma hasta recuperar su centro perdido y no extraviarse en los laberintos de sus entrañas. Aunque el lenguaje oscuro de los alquimistas para preservar dicho conocimiento dificulta grandemente la comprensión, desde la síntesis puede comprenderse que toda iniciación describe siempre el mismo proceso: partiendo del actual plano humano caído (profano) realizar la reabsorción identificadora con el Cosmos para desde ahí trascenderlo hacia lo Inmanifestado. 
La analogía inversa en la que se fundamenta la alquimia como reflejo terrestre de la astrología celeste, completa y enriquece el significado de los 7 arquetipos fundamentales, algo muy olvidado ya por parte de los astrólogos modernos, que han perdido así el cuerpo operativo de las energías que describen mentalmente, por mucho que intenten llenar tal vacío a través de psicologías diversas. El efecto entonces no es la teurgia que antaño resultaba de la unión astrología-alquimia sino una simple acomodación psíquica que no acaba de trascender la individualidad. 
Por otro lado la Cábala hebrea, que acabó por confluir también con el hermetismo occidental, nos muestra con total nitidez un esquema emanativo de las distintas esferas de realidad, desde la oculta Esencia divina hasta su concreción en el plano más bajo. Resulta muy provechosa la relación del Árbol de la Vida con la Astrología, no sólo en la común equivalencia planetas-séfiras sino sobre todo respecto a los cuatro mundos: en meditar cómo lo In-finito concibe unos prototipos lumínicos que dan forma a las criaturas hasta su individuación final. De ahí la importancia de diferenciar el plano de emanación divina o Atziluth (más allá de todo principio astrológico por muchas asignaciones modernas que se busquen) de las siete séfiras de “construcción cósmica” (ya propiamente del dominio astrológico). 


- Claves meta-astrológicas: 

Otro ámbito que considero de suma importancia es el relativo a la aprehensión ontológica del “tiempo cíclico”, que al fin y al cabo es el objeto de estudio de la astrología. Y me refiero a ello no desde la astrología social y mundial, sino más bien en un sentido supracultural de la temporalidad en tanto fenómeno cósmico esencial que incide en la realidad humana. La llamada Ciclología tradicional se encarga de ello, campo de estudio desarrollado sobre todo en el ámbito francófono (Georgell, Fauré, Ridoux) y prácticamente inexistente en el hispano. 
Advertir ante todo que este enfoque no es positivista ni empirista sino netamente metafísico, pues trasciende las contingencias y datos externos para centrarse en la esfera más interior e inmanente al Espíritu. Aquí ya no valen la historia profana ni las interpretaciones humanas pues nos adentramos en el despliegue del Ser divino mismo hacia lo cósmico y humano. Es entonces en el nivel de la Historia revelada y la Cosmología Sagrada desde donde la astrología alcanza una mayor comprensión existencial y escatológica, pues remiten toda temporalidad a su origen primordial y eterno.
Las implicaciones ontológicas del tiempo cíclico-cualitativo que presentan todas tradiciones sagradas son radicalmente opuestas a las del tiempo lineal-cuantitativo del occidente moderno (del que las doctrinas progresistas y evolucionistas son su apéndice y el desequilibrio crítico con lo natural la consecuencia). 
Por todo ello es de suma importancia la doctrina de los ciclos cósmicos ilustrada por el “collar de perlas” en el que se encadenan los distintos mundos, exhalados e inhalados, desplegados y reabsorbidos, por la respiración del gran Brahman, para quien un sólo día es igual a una Existencia universal total (kalpa), compuesta a su vez por 14 manvantaras o ciclos humanos.  
Se dice que nos encontramos al final de la séptima humanidad de este Universo, y además en su última fase sombría en la que predomina la ignorancia, llamada Kali Yuga. La lejanía con los hombres primordiales de la Edad de Oro, nuestros ancestros semidivinos que describen los mitos, es enorme; y el conocimiento espiritual permanece más oculto que nunca para la gran mayoría, si bien el despierto puede reconectarse con el estado áureo original.  
Toda esta visión choca bastante en la mente del occidental contemporáneo, pues al creerse un producto incompleto de una extraña evolución azarosa, necesita mirar al futuro constantemente en busca del perfeccionamiento que cree no tener todavía.
La cuestión no es que el desarrollo cósmico de la manifestación sea “involutivo” desde el punto de vista tradicional, sino “descendente” verticalmente a partir de unos principios, de lo superior a lo inferior y de lo interior a lo exterior. 
En este sentido los ciclos cósmicos no son más que una aplicación temporal de un orden extratemporal arquetípico, de grados de la existencia universal que estructuran al Ser mismo, como vemos en la secuencia temporal de la tetraktys pitagórica 4-3-2-1 que ritma el mismo Manvantara humano.
Y es que en el despliegue cíclico existencial de toda Manifestación, en su alejamiento del Principio original, se da una doble acción de Saturno: una aceleración temporal (de caída u olvido) y una contracción espacial (mayor “gravedad” por la densificación corporal). Así, estos límites saturninos son los marcos espacio-temporales necesarios para que todo ser cristalice, aunque no son entonces absolutos ni constantes, ni objetivos en términos físicos, pues desde una visión metafísica son modos que toma la Suprema Consciencia en su gesto auto-revelatorio.  


- Claves metafísicas: 

Primero de todo hay que tener en cuenta que la No-dualidad está más allá de todo conocimiento meramente humano, es decir, más allá tanto de la función de Mercurio como de la de Júpiter, y que a lo sumo únicamente el Sol en su sentido espiritual, central y vital, puede darnos una ligera idea refleja en términos astrológicos de esta Realidad Última que supera todo condicionante formal, todo símbolo y todo cosmos. Los esfuerzos humanos no pueden captarla sino únicamente ella misma en su descenso revelador desde lo suprahumano.
Hablo de “metafísico” no en el sentido de los mundos invisibles intermedios en los que tanto se recrean ocultistas y psiconautas, sino en tanto realidad “principial”, relativa al Principio, al Arkhé, donde reside por tanto toda verdadera dimensión arquetípica más allá de su aplicación psicológica más conocida.
Es por todo ello de suma importancia tener clara la tradicional distinción entre Metafísica pura y Ciencias cosmológicas (como la astrología, alquimia, teurgia), es decir, entre lo Absoluto y la Manifestación, entre lo Uno y lo Múltiple, entre lo Divino y lo Humano/Cósmico, entre el Principio y sus Aplicaciones, entre lo Universal y lo Individual, entre lo Infinito y lo Formal. 
A su vez esta demarcación queda definida dentro del esoterismo tradicional por los dos grandes dominios de toda forma de gnosis: los Misterios Menores (humanos y cósmicos) y los Misterios Mayores (suprahumanos y divinos). La astrología, al inscribirse en los primeros como ciencia onto-cosmológica que es, alcanza unas coordenadas de amplitud pero no de altura (en términos hindúes es rajásica pero no sáttwica), pues los estadios superiores a la manifestación cósmica escapan a su dominio.
Siempre dentro del plano humano, su ámbito específico es el del “psiquismo” en todos sus amplios estratos, conscientes o inconscientes, más inferiores-orgánicos o más elevados-mentales, más individuales o más colectivos. Esto es importante a la hora de delimitar el alcance de la “determinación astral”, pues no hay que confundir la esfera meramente anímica en todas sus prolongaciones extrasensorias con la esfera puramente espiritual; cosa que le ocurre a toda psicología e incluso filosofía modernas al olvidar la constitución sagrada del hombre presente en toda tradición (Espíritu, alma y cuerpo). 
Es así que el Espíritu, en su acepción universal como dimensión más allá del “nombre” y de la “forma” (de las condiciones anímicas sujetas al determinismo), escapa a las ruedas del devenir precisamente por su posición axial, es decir, por referirse a la vacuidad infinita y eterna que posibilita la manifestación espacial y temporal en su seno. 
La Rueda samsárica de la Vida (Zodíaco y ciclos planetarios) es realmente el velo de Maya sobre el que se dibujan la multiplicidad de los seres, y por tanto la expresión de todo karma mientras éstos se perciban como separados de la fuente, que no es otra que el Dharma, la Ley universal que reconduce la periferia existencial al Centro del Ser, el Rayo divino que nos une al Principio al margen de nuestra pasajera y particular configuración psíquica-astral. 


No hay mayor símbolo de la síntesis que el del Sol-Oro, principio del Ser-Vida. El Embrión de Oro (Hiranyagharba) del hinduismo, el núcleo áureo preservado por el caparazón saturnino. Imagen simbólica del Hombre y del Cosmos, esto es, de una misma Consciencia divina ya sea en estado latente o abierto. 
Por todo ello cualquier alejamiento periférico hacia lo múltiple es dispersión y errancia excéntrica si no se ha cumplido la primera fase alquímica de con-centración nuclear (el nigredo contractivo del plomo). Esta muerte iniciática evita que el ego campe a sus anchas usurpando el papel central del Único Sujeto divino y se apropie así de toda experiencia, incluso espiritual. Sólo tras reintegrar el Centro obtenemos la buscada “expansión de conciencia”, garantizando de este modo que ya no sea la del ego sino la divina misma hacia su criatura.  


CONCLUSIÓN 

Los temas planteados son complejos y prácticamente inabarcables en sentido humano además de traspasar el propio marco astrológico. Por ello con la presentación de dichas claves del modo lo más sintético posible he buscado ante todo sugerir la antesala que pueden abrir al fenómeno astrológico al situarlo dentro de unas coordenadas metafísicas de acuerdo a una misma Sabiduría supratemporal. 
Bajo mi punto de vista, ser Astro-Logo no sólo es dominar cierta aplicación o especialidad técnica, sea psicológica, predictiva, mundial, etc. sino ante todo comprender la realidad “onto-cosmológica” que estructura la manifestación, y ello sólo es posible desde una perspectiva superior que trascienda la misma astrología integrándola en su justo lugar. Por todo ello he intentado llevar lo interdisciplinar y la epistemología más allá de los cercos positivistas al uso, hacia regiones poco exploradas desde categorías astrológicas.



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